Todo lo dicho en este blog por parte del autor se somete al juicio de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana a la que considera Madre y Maestra.


Para los recien llegados al blog leer antes la Introducción al mismo.

Luego podrán leer un resumen de todo lo publicado aquí

Ultimos añadidos 29 de Enero de 2010

lunes, 1 de febrero de 2010

Cana Fides

Canam  autem Fidem  dixit, vel  quod  in canis  hominibus  invenitur, vel  quod  ei albo  panno  involuta  manu  sacrificatur, per  quod  ostenditur  fidem debere  esse  secretam: unde  et Horatius  “et albo  rara  Fides  colit velata  panno”
Maurus Servius Honoratus, In Vergilii carmina comentarii.

Cana Fides es el lema elegido por monseñor Borgongini para su escudo. Preguntábamos en qué autor clásico se encontraba y qué significaba. Pues bien, el autor es Virgilio. El gran Publio Virgilio Marón de quien Dante se hiciera acompañar en su viaje por los infiernos y el purgatorio. Y aparece en la Eneida, el poema nacional romano por antonomasia.

Allí leemos en el libro primero lo siguiente:

cana Fides, et Vesta, Remo cum fratre Quirinus, iura dabunt

Con lo cual Virgilio nos muestra los cuatro grande elementos de la antigua religión romana sobre los que se fundó Roma: la diosa Vesta, Rómulo y Remo y algo que podríamos entender como una lealtad venerable por ser la de los antiguos. Algo que en el lenguaje popular de hoy adopta la forma de "la fe de nuestros mayores", pero que en la Roma en que se escribe la Eneida es venerada como deidad propia. La diosa Fides es la diosa de la confianza y la lealtad y cuyo culto fue introducido por el rey Numa, el sucesor de Rómulo y Remo. Así entendieron muchos en cana fides la vieja leatad con la cual se juraría mantener la fidelidad a los pactos y tratados hechos y que adopta una forma pública cuando el  culto a Fides pasa a ser senatorial.  Esto va  unido a la confianza en el otro y sobre todo en Roma. Vieja lealtad es como la  suelen recoger los diccionarios.

Como quiera que sea hay mucho que cortar en cana fides, pues cana es usado muchas veces como un sobrenombre de Vesta, lo que nos llevaría a una imagen de la venerable diosa madre del fuego como la deidad primordial del panteón romano primigenio y de la cual se separó a la diosa Fides. Algo que debe ser muy antiguo.
Por tanto decir lo que significa exactamente es complicado. Yo opto porque monseñor quería dar a entender que lo que le alienta es la vieja lealtad romana tanto como la fe de sus mayores. Llenando con el sentido cristiano de fides lo que es la fides romana que se mostraría en fidelidad a Dios y a su Iglesia no sólo en la profesión de fe sino en todas las cosas prometidas. 



Y ahora me pregunto una cosa: en el tiempo en que Roma es visitada por San Pablo, el término FIDES debía estar muy en uso. De hecho llenaba la vida de Roma con sentidos propios y tan técnicos como fides exercitum. Sabemos también por el discurso del Aerópago que San Pablo hasta llegó a citar a poetas paganos en sus predicaciones porque debían ser muy populares ¿Pensamos en esto cuando vemos que donde más veces aparece el término fé en la Biblia es en la carta de San Pablo a los romanos? ¿Hemos pensado que todos los sentidos que adopta el término fe en el Nuevo Testamento no son sino reflejo de los sentidos populares que entonces tenía, incluido el religioso? ¿Hasta que punto la plenitud de los tiempos (término usado por San Pablo en sus cartas) en los cuales nació y nos redimió el Mesías abarca en lo temporal ese necesario marco vital romano de una cultura estable y global hasta cierto punto para poder afianzar la obra de la evangelizacion? Sin duda hay cierta relación entre la Paz de Cristo y la Pax Romana y la plenitud de los tiempos de San Pablo y el advenimiento de los tiempos de Roma. Una relación que se observa si se leen estos versos de la Eneida y sobre todo en el verso inmediatamente anterior al que nos menciona la cana fides con el sentido que todo cristiano ha de tener de la Divina Providencia:

 nascetur pulchra Troianus origine Caesar,
imperium Oceano, famam qui terminet astris,
Iulius, a magno demissum nomen Iulo.
hunc tu olim caelo spoliis Orientis onustum   
accipies secura; vocabitur hic quoque votis.
aspera tum positis mitescent saecula bellis:
cana Fides et Vesta, Remo cum fratre Quirinus
iura dabunt; dirae ferro et compagibus artis
claudentur Belli portae; Furor impius intus
saeva sedens super arma et centum vinctus aënis
post tergum nodis fremet horridus ore cruento.
 
(Os añado la traducción tomada de aquí para que no os perdais el hilo)

Nacerá troyano César, de limpio origen, que el imperio
ha de llevar hasta el Océano y su fama a los astros,
Julio, con nombre que le viene del gran Julo.
Lo acogerás, segura, tú en el cielo cuando llegue cargado
con los despojos de oriente; también él será invocado con votos.
Con el fin de las guerras más suave se hará el áspero siglo:
la canosa Lealtad, y
Vesta y Quirino con su hermano Remo
darán sus leyes, y serán cerradas las sanguinarias puertas de la Guerra
con trancas reforzadas y con hierro; dentro, impío, el Furor
sentado sobre sus armas crueles y atado con cien nudos
de cadenas a la espalda rugirá erizado con su boca de sangre.

Pero eso de porqué algunos cristianos consideraron a Vrigilio como profetizando a Cristo y como tal podría hasta ser elegido para lemas episcopales es otro tema ¿o no?



Un saludo en la Paz de Cristo.
M+D



viernes, 29 de enero de 2010

Un cardenal

Ubi multa alias incognita de summis pontificibus, cardinalibus, episcopis, conciliis, regibus virisque illustribus (ab anno praecipue 1100 ad 1139) memoriae commendantur
Henricus Floresius, sua editio Historiae Compostellanae

Nos toca hablar de un cardenal relacionado con el profeta Daniel. Su nombre es Francesco Borgongini Duca. La relación, prácticamente desconocida para el mundo de hoy, aún entre los eclesiásticos eruditos, fue tan popular como para ser una de las nota distintivas de este cardenal que participó en eventos muy significativos como ser uno de los autores y actores del Tratado Laterano por el que se creó el Estado del Vaticano y tras el cual sería el primer nuncio papal en Italia.

Veamos por ejemplo como referenciaba su muerte la popular revista TIME:

Died. Francesco Cardinal Borgongini Duca, 70, one of the chief negotiators in the establishment of a sovereign Vatican state in 1929, since that date the papal nuncio to Italy, author (1952) of The Seventy Weeks of Daniel and the Messianic Date, in which he used the cryptographic prophecies in the book of Daniel to establish the date of Christ's crucifixion as April 7, A.D. 30; of a heart ailment; in Rome. 


En breve ampliaré la biografía, mientras tanto os dejo con su escudo y con una pregunta: ¿En que autor clásico podemos encontrar su emblema personal cana fides y qué significado tiene?:




Un saludo en la Paz de Cristo
M+D

Un profeta

Verum quia nobis propositum est, non adversarii calumniis respondere, quae  longo sermone indigent: sed ea quae a propheta dicta sunt nostris disserere, id est, Christianis, illud in praefatione commoneo, nullum prophetarum tam aperte dixisse de Christo.
S. Hieronymus Stridonensis, Comentaria in Danielem

De Daniel podemos tomar como base lo que dice la Enciclopedia Católica:


Es el héroe y autor tradicional del libro que lleva su nombre, el cual también es adjudicado a otras dos personas en el Antiguo Testamento (Heb. Dnyal o dnal; Sept, Daniel, cf. I Paral., iii, 1; I Esd., viii, 2, y II Esd. (Nehem), x, 6).  El nombre significa “Dios es mi juez” y por tanto encaja en la denominación del libro de Daniel.  Allí muchas veces se anuncian los juicios de Dios sobre los poderes de los gentiles.
Casi todo lo que es conocido acerca del Profeta Daniel, se deriva del libro que se le adjudica. Perteneció a la tribu de Judá (i, 6) y fue un noble, o quizá perteneció a descendencia de la realeza (i, 3; cf.  Josefo, Antiquities of the Jews, Bk, x, ch, x, § 1).  Cuando aún estaba joven, probablemente de unos 14 años de edad, fue llevado cautivo a Babilonia, por Nabucodonosor, en el cuarto año del reinado de Joaquim (605 B.C.).  Allí con otros tres jóvenes de igual rango, llamados Ananías, Misael y Azarías, fueron entregados al cuidado de Asfonos, el maestro de los eunucos del rey.  Fueron educados en el lenguaje ya las enseñanzas de los caldeos, lo que significaba que aprendieron de profesores versados en adivinación, magia y astrología en Babilonia (i, 3, 4). 
A partir de este pasaje, la tradición judía ha inferido que Daniel y sus compañeros fueron eunucos, pero esa no es necesariamente la conclusión que se deriva.  El maestro de los eunucos simplemente entrenó a esos jóvenes judíos, entre otras cosas, previendo que los jóvenes podrían ser incorporados al servicio del rey (i, 5).  En ese entonces Daniel recibió el nombre de Baltasar (Babil., Balâtsu-usur, "Bel protege al rey") y estando de acuerdo con Ananías, Misael y Azarías -que recibieron los nombres de Sidra, Misa y Abdenago, respectivamente- pidieron que en lugar de alimentarse con los bienes de la mesa real, pudieran tener solamente una dieta vegetariana. 
Al final del tercer año, Daniel y sus compañeros comparecieron delante del rey, quien encontró que ellos mostraban mayor excelencia que los otros que se habían educado conjuntamente con ellos y los promovió a otras posiciones dentro de la corte.  En cada ocasión en la que el príncipe los ponía a prueba, ellos demostraban ser superiores a “todos los adivinos y los sabios que habían en el reino” (i, 7-20). 
Inmediatamente después, que pudo haber sido en el segundo o en el duodécimo año del reinado de Nabucodonosor, Daniel dio una prueba de su maravillosa sabiduría.  Dada la falla de otros sabios, él repitió e interpretó, para satisfacción del monarca, los sueños que este tenía.  En particular uno, referente a una estatua colosal que estaba hecha de varios materiales y la cual, una vez que fue golpeada con una piedra, fue hecha pedazos.  La referida piedra, en cambio, llegó a crecer, transformarse en una montaña y llenar toda la tierra.  Con base en esto, Daniel en Babilonia como lo José en el viejo Egipto, llegaron a tener grandes favores del príncipe.  El monarca no solamente la dio muchos regalos, sino lo hizo regente de la “provincia completa de Babilonia” y jefe gobernador de “todos los sabios”.
A requerimiento de Daniel, también, sus tres amigos recibieron importantes promociones (ii).  Otra oportunidad que tuvo Daniel de dar muestras de su sabiduría, fue con ocasión de otro sueño de Nabucodonosor.  También en esa oportunidad, él fue el único intérprete.  Consistía el sueño en que el rey había visto un árbol de cuyo comando había recibido la orden de que fuera cortado y que “siete veces” fuera destruida la parte que había quedado saliente.  La situación, interpretó Daniel, consistía en que, en castigo a su orgullo, el monarca perdería su trono durante un tiempo, imaginándose a si mismo como un buey y viviendo en el campo abierto.  Sin embargo, luego de un período, recuperaría su reino, convencido ya de las bondades del Supremo.
Con base en la libertad divina, aunque en vano, el Profeta exhortó al rey a evitar tal castigo mediante arrepentimiento de sus pecados y misericordia, y la predicción de Daniel se cumplió (iv).  Para información complementaria sobre esto véase el relato de Abydenus (siglo II a, c.) lo cual es citado por Eusebio (Praep, Evang. IX, xl).
Nada se dice de la suerte de Daniel a la muerte de Nabucodonosor (561 a, c.) simplemente se menciona que perdió su alto cargo en la corte y se vivió una vida de retiro.  El incidente que nuevamente lo colocó como noticia pública, ocurrió en el palacio de Baltasar, en las vísperas de la conquista de Babilonia por parte de Cyro (538 a, c.).  Mientras Baltasar (Heb. Belshaccar, correspondiente a Babil., Balâtsu-usur, "Bel protege al rey") y su corte tenían banquetes e impíamente bebían vino en los preciosos vasos que habían tomado del Templo de Jerusalén, aparecieron los dedos de un hombre escribiendo en los muros: “Mane, Thecel, Fares”. 
Eran palabras misteriosas que ninguno de los sabios del rey pudo interpretar.  Las mismas fueron explicadas por Daniel y como recompensa se le hizo uno de los tres ministros en jefe del reino.  El profeta tenía, para ese entonces, al menos unos ochenta años de edad, y permaneció en esa posición bajo el dominio de Darío, un príncipe que posiblemente se le identifica con Darius Hystaspes (485 a, c.).   Darío pensó en colocarlo al frente de todo su reino (vi, 4) sin embargo, al saber de esto, los compañeros funcionarios de Daniel, teniendo miedo de su aumento de poder, buscaron su ruina.  Para ello convencieron a Darío de acusaciones de deslealtad a la corona por parte de Daniel.
Esos oficiales se aseguraron que el rey emitiera un decreto mediante le cual se prohibía, bajo pena de ser lanzado a la jaula de leones, a que durante treinta días, ningún hombre hiciera petición alguna frente a otro humano o dios, con excepción del monarca.  Tal y como sus enemigos habían anticipado, Daniel oró tres veces al día, desde su ventana abierta hacia Jerusalén.  Ellos entonces, lo reportaron al rey y lo forzaron a aplicar las amenazas contenidas en el decreto contra quien lo hubiera violado.  Ante la evidencia de que Daniel había salido ileso de la jaula de los leones, como  un milagro, Darío publicó un decreto en el cual daba a conocer que veneraría al Dios de Daniel y que lo proclamaba como el “Dios viviente y eterno”.  Daniel continuó una vida próspera durante el resto del reinado de Darío y de su sucesor Ciro de Persia (vi).  Eso en resumen, son los hechos que se pueden extraer de la biografía del Profeta Daniel contenida en la narrativa de su libro (i-vi). 
Escasamente se tienen otros datos que puedan contribuir a enriquecer el conocimiento que se posee de su biografía, en la segunda parte del Libro de Daniel, una parte más apocalíptica (vii-xii).  Las visiones que allí se presentan, hacen que Daniel sea favorecido con la comunicación divina respecto al castigo que recibirán los poderes de los gentiles y el establecimiento del Reino Mesiánico.  Estas misteriosas revelaciones se refieren a los reinos de Darío, Baltasar y Ciro, y en ellas se indica cómo el Ángel Gabriel señala los “tiempos del fin”.  En el apéndice deuterocanónico de su libro (xiii-xiv), Daniel aparece como el mismo carácter general a que se hace referencia en la primera parte de su trabajo (i-vi).  El capítulo xiii se le presenta como un inspirador de la juventud en temas de la sabiduría superior y menciona castigos para los falsos acusadores de la castidad de Susana.
En lo concluyente de capítulo xiv se cuenta la historia de la destrucción de Bel y el dragón.  Allí se representa la valentía de Daniel y la caracterización del mismo como campeón del Dios viviente y verdadero.  Fuera del Libro de Daniel, las Santas Escrituras tienen pocas referencias al profeta.  Ezequiel (xiv, 14) habla de Daniel, junto con Noe y Job, como un patrón de rectitud y, en el capítulo xxviii, 3, como representante de la sabiduría.  El escritor del Primer Libro de los Macabeos (ii, 60) se refiere al episodio frente a los leones, y San Mateo (xxiv, 15) a la “abominación y la desolación que le fue comunicada a Daniel el Profeta”.  Como se podía haber esperado, la tradición judía ha estado ocupada en completar la historia de Daniel en las Sagradas Escrituras.  Ya fue hecha una alusión a la tradición judía y que fue aceptada por muchos Padres de la Iglesia, en el sentido de que fue hecho eunuco en Babilonia.
Otras tradiciones judías lo representan rechazando honores que habían sido ofrecidos por Nabucodonosor.  Se explica también porque el profeta no fue forzado, junto con sus tres amigos, a la adoración de la estatua del príncipe de Dura (Dan., iii).  Se le envió lejos, dado que se sabía que Daniel nunca habría estado de acuerdo en realizar tal acto de idolatría.  Se dan también otros muchos datos, como por ejemplo, que fue lo que pasó con Daniel estando dentro de la jaula de los leones.  Otras historias dan cuenta de que el profeta no retornó a la tierra de Jehová, el Dios, luego del decreto de restauración que emitió Ciro.  Otros al contrario afirman que Daniel regresó a Judea y que allí murió.
Existen leyendas menos conflictivas en relación con el sitio de su tumba que aquellos enunciados respecto a la vida de Daniel.  Muchas de las primeras provienen de la literatura árabe, aún cuando su nombre no es mencionado en el Koran.  Durante la Edad Media se creyó que Daniel había sido enterrado en Susa, en el moderno Shuster, en la provincia de Khuzistan. En un recuento de su visita a Susa en 1165, el Rabino Benjamín de Tudela, narra que la tumba de Daniel le fue mostrada en la fachada de una de las sinagogas de la ciudad.  La festividad de Daniel está contenida en el Martirologio Romano y se asigna el día 21 de julio.  En el mismo se considera que el lugar de la tumba se encuentra en Babilonia.


VIGOROUX, La Bible et les découvertes modernes (Paris, 1889), IV, Bk. III; DRANE, Daniel, His Life and Times (Londres, 1888). Véasen también los comentarios y las introducciones a la bibliografía del Libro de Daniel.


FRANCIS E. GIGOT
Transcrito por W. G. Kofron
En agradecimientos a la iglesia de Santa María, Akron, Ohio.
Traducido por Giovanni E. Reyes

De momento prescindo de más detalles sobre Daniel que iremos viendo más adelante. 

Un saludo en la Paz de Cristo 
M+D

martes, 26 de enero de 2010

Hemos hablado de...

Sed numquid quelibet faciliora sunt ante difficiliora? Dico quod non. Continencia virginalis difficilior est quam continencia coniugalis, ergo coniugalis debet precedere virginalem? Certe non. Sed dico quod in statu suo procedendum est a facilioribus ad difficiliora.
S.Thomas Aquinatis, Sermo Osanna filio David

Pues ya hemos introducido el blog.
También hemos hablado algo sobre lo que es la criptografía y recomendado un buen libro de divulgación sobre ella aparte de disfrutar de una buena novela sobre criptografía.

Como dijimos, este blog va de la profecía de las Setenta Semanas de Daniel y para ello es necesario saber cosas de un cardenal y de un profeta bíblico, así como del tiempo que une a ambos en la historia de la salvación. A propósito de los tiempos hemos hablado del lema del cardenal: Cana Fides y su relación con la plenitud de los tiempos paulina.




Un saludo en la Paz de Cristo
M+D

lunes, 25 de enero de 2010

Novelas criptográficas

In idiomate Hispano habemus quinque fabulas ex his quae vulgo Novelas dicuntur, ita compositas, ut in prima nullum sit a, in secunda nullum e, in tertia nullum i, in quarta nullum o, in quinta nullum u
 (Autor Incertus) Prolegomena in Coelium Sedulium.

Para aquellos que sean tan apasionados de la criptografía que además no puedan pasar sin una buena novela al respecto les recomiendo la famosa novela -trilogía en la edición española- de  Neal Stephenson titulada Criptonomicón:

La criptografía o los límites de la ciencia ficción: Criptonomicón, de Neal Stephenson

La publicación de esta novela ha sido saludada, tanto por el público anglosajón como por el de España e Hispanoamérica, con un entusiasmo que sólo es comparable a sus colosales dimensiones1. Tal circunstancia no tendría nada de extraña en un mundillo tan devoto de su causa como el de los aficionados a la ciencia ficción, especie ya rara en sí misma (utilizo el adjetivo en su sentido axiológico, valorativo, y no en el estadístico, pues no somos tan pocos los que disfrutamos del género), pero ocurre que a esta recepción entusiasta se ha sumado la de otro grupo mucho más raro (en todos los sentidos): me refiero a la estirpe de los hacker, esa tribu caracterizada por su déficit de habilidades sociales, sus caóticos hábitos alimentarios, las tendencias paranoicas y la propensión a padecer el síndrome del túnel carpiano en sus estadios más agudos2. Se me ocurre, sin embargo, que la acogida brindada a Criptonomicón por unos y otros no carece de una dimensión irónica que sin duda hará feliz a su autor, puesto que la ingente novela de Stephenson guarda con la ciencia ficción un parentesco más que dudoso, como más adelante trataré de probar. Extremando tal vez el sarcasmo, sugiero complementar la afirmación de la portada del primer volumen de la edición española, donde se declara que Criptonomicón es “la novela de culto de los hackers”, con la propuesta de que los esquizofrénicos adopten El Quijote para su particular santoral.
Lo cierto es que en esta novela hay materia suficiente para justificar casi cualquier filiación, cualquier parentesco, por muy aberrante o cogido por los pelos que en un principio pudiera parecer. Se trata de un relato oceánico, muy complejo desde el punto de vista narrativo, y no sólo porque su estructura se sustenta en la continua alternancia de dos líneas temporales —situadas, respectivamente, en la Segunda Guerra Mundial y los años finales del siglo XX—, sino también por el número y variedad de historias secundarias, temas (los excursos y digresiones son tan frecuentes como, por lo general, estupendos), personajes y escenarios. No es mérito pequeño del autor el haber sabido conectar todos estos elementos con una densísima e intrincada maraña de relaciones, que por una parte confiere unidad a la novela, aunque a cambio exige una lectura muy atenta que no siempre el lector está dispuesto a conceder (y no digo esto como un reproche, sino más bien como alabanza, porque a menudo la narración resulta tan apasionante que es difícil resistirse a la tentación de devorar sus páginas). Resumir el argumento de un modo congruente con tal riqueza resulta una tarea imposible; no obstante, no es difícil rastrear bajo la tupida fronda de sus más de mil páginas un esquema argumental tan tradicional, añejo y delicioso como el de la búsqueda de un tesoro enterrado.
Por ello me atrevo a proponer para Criptonomicón una etiqueta clasificatoria algo más conservadora, la de brillante novela de aventuras, de iniciación y búsqueda intelectual y material, de la que no obstante forman parte otros muchos elementos. El más abundante tal vez sea el relato de “hazañas bélicas” ambientado en la Segunda Guerra Mundial, cuyos escenarios se localizan en todos sus frentes, en la retaguardia y hasta en los países neutrales, y cuyas peripecias transcurren por tierra (y bajo tierra), por mar (y debajo del mar) y por aire. Es también una novela de suspense e intriga que combina dos de sus variantes más típicas: por un lado, el thriller tecnológico, que no rehuye ni la inclusión de fórmulas y de gráficos, ni la continua presencia de complicadas nociones de matemáticas (las técnicas criptografías al frente), meteorología, ingeniería de telecomunicaciones, etología, botánica o musicología; por otro, el thriller del mundo de los negocios, donde tienen cabida sublimes proyectos empresariales con visión de futuro, pero también sórdidos abogados, tiburones financieros implacables y representantes de estructuras gubernamentales más bien siniestras. Criptonomicón contiene, asimismo, una suerte de relato histórico “con licencias”, que incluye varias sagas familiares, cuyo alcance temporal cubre los 60 últimos años del siglo XX, y en la que se combinan con gran brillantez escenarios, sucesos y personajes reales —Alan Turing, Douglas McArthur, el mariscal Göring— con otros salidos de la imaginación de su autor. Es también un manifiesto ideológico (nada complaciente con los tópicos del pensamiento políticamente correcto, por cierto), como todos ellos discutible, pero en todo caso muy representativo de algunas posiciones intelectuales crecidas y desarrolladas en torno al fenómeno de Internet. Y, finalmente, la novela de Stephenson constituye una auténtica fiesta del lenguaje, plena de ingenio, de invenciones estéticas, hallazgos verbales y episodios divertidísimos, que se caracteriza por un estilo inimitable construido alrededor de una visión singularmente mordaz de la realidad, cuya consecuencia es un humor irónico, sarcástico, capaz de salir ileso de una verdadera profusión de episodios brutales y sangrientos3.
Es curioso que esta novela obtuviera el Premio Locus del año 2000 en la categoría de novela de ciencia ficción, puesto que, en mi modesta opinión, los aspectos de ciencia ficción que hay en ella son mínimos, por no decir inexistentes4. Naturalmente que el autor se toma libertades respecto a la historia real (incluyendo entre ellas el disfrazar algunos escenarios reales mediante topónimos ficticios como el archipiélago de Qwghlm o el sultanato de Kinakuta, o inventarse personajes y situaciones en las que se superponen lo real histórico y lo puramente ficticio), pero éste es un procedimiento habitual en la creación novelística y no es en absoluto específico de ningún género5. Además, y aunque la trama narrativa establece un vínculo crucial (una especie de conspiración para el desarrollo y posterior ocultación de un código criptográfico), entre los acontecimientos sucedidos en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial y el proyecto informático de crear la Cripta, un refugio de datos a salvo de cualquier regulación o interferencia gubernamental o de cualquier otra procedencia, tal vínculo nunca sobrepasa el nivel de un artificio narrativo necesario para sostener e intensificar la intriga; de hecho, esta “conexión en el tiempo” proyecta sobre el presente una influencia muy limitada, y por tanto no tiene entidad suficiente para que el relato pueda ser considerado como un ejemplo de esa vertiente o rama de la ciencia ficción que se denomina ucronía o “relato de mundos alternativos”.
Por otra parte, la novela contiene muy poco de la genuina especulación científica o tecnológica que solemos asociar con la ciencia ficción, pues ninguno de sus motivos científicos o técnicos —algoritmos criptográficos, dispositivos de ingeniería de las telecomunicaciones, sistemas, programas y equipos informáticos— son en modo alguno ajenos a nuestra realidad contemporánea. Por mucho que he prestado atención a estos aspectos a lo largo de mi lectura (y es posible que me haya equivocado, porque no soy científico ni ingeniero), no he logrado encontrar nada que se parezca remotamente a una tecnología que no exista ya entre nosotros y cuyos usos estén perfectamente asentados. Es cierto que el proyecto de Randy Waterhouse, Avi Halabi y demás socios de la Epiphyte Corporation de fundar la Cripta suena a delirio de hackers. Es cierto también que los sistemas informáticos que manejan los protagonistas contemporáneos son más sofisticados que un simple PC y que su nivel de comprensión de las tecnologías informáticas no está al alcance de cualquier usuario (por cierto, la novela destila el típico aire de superioridad con que los fans de UNIX y Linux miran a quienes se resignan a Windows). Por último, es asimismo cierto que la comprensión cabal de los algoritmos criptográficos que aparecen a lo largo de la historia (el tercer tomo incluye incluso un apéndice donde se detalla el uso del algoritmo de cifrado Solitaire, basado en una baraja francesa, y que tanta importancia adquiere en el desenlace) no está al alcance de la mayoría de los lectores. Pero todo ello no implica una superación del marco empírico de la ciencia y tecnología actuales, y por tanto hemos de concluir que la novela no posee esa dimensión especulativa o proyectiva, ese efecto de “extrañamiento cognoscitivo” que, según algunos expertos, constituye la esencia del género de la ciencia ficción6.
Tal vez la relación más clara entre Criptonomicón y la ciencia ficción haya que buscarla por otro lado, tal como sugiere en su reseña Luis Fonseca, a saber: en la trayectoria literaria de su autor, pues Neal Stephenson es autor de varias novelas que al parecer encajan sólidamente (tengo que confesar que no las he leído) en el marco genérico de la ciencia ficción y más específicamente en esa dudosa categoría horriblemente denominada cyberpunk7. El hecho de que la trama novelística preste tanta importancia a las tecnologías informáticas, de evidente notoriedad y prestigio entre el público aficionado a la ciencia ficción, y el peculiar sistema de concesión del premio Locus probablemente han hecho el resto8. Son llamativas, en cualquier caso, las reacciones de los lectores ante la publicación de Criptonomicón (hay más de quinientos testimonios en la web de Amazon, y aunque sólo he leído los treinta o cuarenta primeros, no resulta difícil aventurar una síntesis a partir de ellos), pues muchos coinciden en una declaración que más o menos podría resumirse en algo así: “esperaba encontrarme con otra novela cyberpunk y he leído algo muy distinto”, comentario que no trasluce en modo alguno decepción, sino antes bien al contrario.
En realidad, toda esta discusión no deja de ser algo bizantina (pero a mí me gusta la discusión teórica sobre la literatura), ya que, sea o no ciencia ficción, la novela de Neal Stephenson es un relato espléndido, que se lee con esa misma sensación de gozo y placer de las largas tardes de la adolescencia y primera juventud, cuando no había tiempo para la comida ni para el sueño, y sólo existían los libros de Julio Verne o Edgar Allan Poe. Ahora bien, de aquí a identificar, como hace Miquel Barceló, la importancia de Criptonomicón para la narrativa cyberpunk con la que El señor de los anillos representa para la literatura fantástica, (p. 8), va un abismo. Porque lo cierto es que la novela de Stephenson es, en toda su enormidad, algo irregular, y no exenta de algunos defectos de cierto calibre. Para empezar, el de su final, un tanto inconsistente y como apresurado, con la reaparición de un personaje secundario (no lo mencionaré para no estropear la intriga) que irrumpe teatralmente en el desenlace, casi como si fuera un deus ex machina, para complicar la vida a los protagonistas.
En segundo lugar, creo que puede advertirse un cierto desequilibrio entre las dos líneas temporales que estructuran la novela. Tal vez sea una exclusiva cuestión de gusto personal, y otros lectores puedan opinar de forma diferente (reconozco que el mundo de los negocios siempre me ha parecido aburridísimo, y que en cambio siento auténtica pasión por los relatos bélicos), pero yo he tenido la reiterada sensación de que el conjunto de personajes y situaciones que se desarrollan a lo largo de la II Guerra Mundial es mucho más vigoroso e interesante que los que pertenecen a la época contemporánea. El dramatismo, la variedad, la tensión y el humor que acompañan a las aventuras, a menudo truculentas hasta lo casi inverosímil, del criptógrafo norteamericano Lawrence Waterhouse, del marine Bobby Shaftoe, del teniente japonés Goto Dengo, del capitán del U-boot alemán Günther Bischoff o del enigmático (un personaje quizás abusivamente enigmático) Enoch Root, no puede compararse con el interés puramente novelístico del proyecto empresarial emprendido por Randy Waterhouse (nieto de Lawrence) y sus socios. Stephenson alcanza la cumbre de su talento narrativo en su visión cruel, ácida e inimitablemente sarcástica de las acciones de la gran conflagración bélica, y sobre todo en aquellas que tienen lugar en diversos escenarios del sudeste asiático: Shangai (donde comienzan los lances protagonizados por ese estupendo personaje que es el marine Shaftoe), Guadalcanal, Nueva Guinea o Filipinas. Frente a la grandiosa estatura de Shaftoe, una verdadera máquina militar, o frente a las asombrosas peripecias del teniente Goto Dengo, no menos industrioso y hábil que el anterior, frente a las tribulaciones a menudo cómicas de Lawrence Waterhouse en su titánica tarea de descifrar los códigos del Eje y proteger sus propios avances, palidecen las aventuras empresariales de la Epiphyte Corporation, en lucha contra aviesos adversarios comerciales, o los detalles del más bien soso y anodino romance entre Randy Waterhouse y la submarinista Amy Shaftoe (nietos del criptografo y el marine, respectivamente). El hecho de que el retrato del mundo de los negocios y de la alta tecnología en el cual se desarrolla esta segunda línea narrativa también esté presidido por el humor, la ironía y la burla, con dardos más que mordaces hacia los fanáticos de los ordenadores, los ambientes universitarios del feminismo y el pensamiento políticamente correcto, los gestores de inversiones (estupenda la descripción del malvado de turno, el inversionista Hubert Kepler, alias el Dentista), los abogados y los círculos de la administración norteamericana, no compensa a mi entender la distancia entre los dos ámbitos de la novela.
Incluso las motivaciones e implicaciones ideológicas de la conducta de unos y otros personajes toleran escasa comparación. Los valerosos sacrificios del marine Shaftoe y el criptógrafo alemán Rudolf von Hacklheber alcanzan a lo largo del relato un profundo significado expiatorio; por su parte, la supervivencia del teniente japonés Goto Dengo, tras arrostrar un sinnúmero de peligros, constituye el premio a un arrepentimiento sincero y la oportunidad de contribuir a un proyecto secreto destinado a crear un futuro mejor para su país y para el mundo. En cambio, los motivos de Randy, Avi Halaby y sus socios para llevar adelante la empresa de la Cripta, convencidos de la intrínseca perversidad de los gobiernos y de la no menos intrínseca bondad de la ética hacker, son, a mi modo de ver, pueriles (y algo de puerilidad tiene también la decisión que toman respecto a qué hacer con el tesoro protegido durante tantos años por el código Aretusa), cuando no abiertamente discutibles desde un punto de vista moral (volveré sobre ello al final de esta reseña).
En todo caso, creo que es preciso reconocer que la mezcla que Stephenson realiza entre ambos mundos, el del pasado y el presente, el del enfrentamiento bélico y la guerra comercial, su constante solapamiento e interferencia, constituye un mérito en sí misma. Y aún diría más: ese abigarramiento y mezcolanza, ese fluir vital y aparentemente caótico, ese discurso prolijo, desatado, tumultuoso, casi inconsciente de sus límites, es el mérito principal de la novela. De hecho, yo creo que el mejor Stephenson no se halla en la composición general, ni en la invención del argumento o en el diseño de los personajes, sino más bien en un terreno más acotado, el de la escena breve, a menudo de trazo violento y grueso, en el que es capaz de desplegar una serie de infinitos recursos de imaginación y estilo que proporcionan a su prosa una intensidad inconfundible. Se podrían multiplicar los ejemplos, así que sólo citaré unos cuantos: el apocalíptico ataque a Pearl Harbor, narrado desde la asombrada perspectiva del novato Lawrence Waterhouse (vol. I, pp. 86-90), las descripciones del casco antiguo de Manila mientras Randy pasea por ella (I, 117-121) o del sultanato de Kinakuta a vista de pájaro (I, 245-247), la irónica y como despegada narración de la aniquilación del convoy japonés que transporta a Goto Dengo (II, 11-16), la recreación del conocido episodio bélico de la interceptación y derribo del avión en el que realizó su último viaje el almirante Isoroku Yamamoto (II, 26-30), el escatológico relato de un adelantamiento de un camión de cerdos en una carretera filipina (II, 230-232), la escena en que Lawrence toca el órgano con desatada intensidad, pensando al mismo tiempo en cómo descifrar códigos y en acostarse con su novia (II, 297-299), o la narración de la ingeniosa y terrible estrategia que emplea Bobby Shaftoe para destruir una fortaleza japonea, acción en la que entrega su vida (III, 198-203).
En conexión con su tumultuoso discurso narrativo hay que valorar también otro rasgo característico de la novela, su llamativo y reiterado recurso a la amplificación. Hay excursos y digresiones para todos los gustos: especialmente sobre técnicas criptográficas, pero también acerca de las ventajas de los trajes masculinos elegantes, sobre la forma y la textura de los cereales del desayuno, a propósito de la utilidad de las barbas en los trópicos, sobre un método de espionaje electrónico denominado “phreaking Van Eck”, respecto a la incidencia de la masturbación en el rendimiento intelectual, sobre la ineficacia de los sistemas de ejecución previstos en el código penal filipino o acerca de la vinculación de la figura mitológica de la diosa Atenea con el desarrollo técnico. Y aunque en algún momento el lector se vea tentado de pasar páginas en busca de la continuación del hilo narrativo, hay que admitir que las digresiones de Stephenson son divertidas, ingeniosas, y que además proporcionan a la novela una riqueza de perspectivas ciertamente poco común y, desde luego, insólita en la narrativa de ciencia ficción —si es que se trata de una novela de ciencia ficción— a la que la mayoría de los aficionados estamos acostumbrados.
Tanto como en la digresión, el estilo de Stephenson se basa en el empleo inteligente de la intertextualidad (ya desde el título, claro, con ese homenaje transparente a H.P. Lovecraft). La identificación y análisis de los procedimientos de cita, de las parodias, ecos y pastiches, darían para una tesis doctoral, y no es éste lugar para demorarse en ello. Lo que llama la atención es que el autor los utiliza de forma muy característica, como un rasgo definitorio de una de las dos líneas narrativas, la que transcurre en la actualidad, y ello no es casual, pues corresponde verosímilmente al retrato de grupos sociales —ingenieros, informáticos, abogados, profesores universitarios— que son conscientes del fenómeno y hasta lo consideran como un signo distintivo, un mecanismo de identificación y pertenencia. Así, no es extraño encontrarse con usos de la intertextualidad que retratan agudamente las circunstancias de determinados ambientes intelectuales en Estados Unidos y los países anglosajones: un episodio de enfrentamiento entre hackers y agentes del gobierno, narrado como si se tratara de las luchas entre las diferentes razas que habitan el mundo de El señor de los anillos, o abundantes empleos metafóricos de las características del sistema operativo UNIX, o el hecho de que continuamente Randy Waterhouse haga escarnio del lenguaje políticamente correcto y los tópicos de la semiología y la deconstrucción, como una sutil forma de venganza sobre su ex-novia Charlene.
Quisiera finalizar mi reseña con un breve análisis “político” de la novela. Soy consciente de los riesgos que trae consigo el formular reparos ideológicos a un texto tan amplio (e irónico) como el presente, pero también creo que el libro de Stephenson no es inocente en ninguno de los sentidos de la palabra, y que su impacto sobre el público exige alguna reflexión al respecto. En primer lugar, diré que no llego a comprender por qué ha de ser obligatoria la fe radicalmente libertaria (a menudo portadora de un pensamiento ferozmente capitalista) que propagan algunos círculos informáticos, con los cuales esta novela parece identificarse a través de las actividades de la Epiphyte Corp., como si toda regulación gubernamental del fenómeno de Internet fuera intrínsecamente perversa, y en cambio no lo fuera la ocultación deliberada de recursos financieros al fisco (uno de los fines, aunque no el único,para el que nace el proyecto de la Cripta), o la comisión de actividades delictivas —pornografía infantil, incitación al odio racial o a la violencia, comercio ilícito de todo tipo— que como es sabido basan su existencia en servidores de Internet opacos a la acción de la justicia.
Más cuestionable me parece aún la ideología subyacente (el “subtexto”, que diría con su habitual retranca Stephenson) al retrato de Avi Halaby, el socio principal de Randy Waterhouse, quien dedica todos sus esfuerzos al propósito esencial de prevenir la repetición de la Shoah, el Holocausto que el pueblo judío sufrió a manos de los nazis. Desde luego que tal motivación es plausible en sí misma, pero no tanto el modo en que Avi desea llevarla a cabo: colocar en la Cripta el PEPH, o Paquete de Educación y Prevención del Holocausto, que él mismo define como “un manual de prevención de holocaustos... una guía de tácticas de guerrilla” (p. 102). No es, desde luego, un proyecto inocente y puro, sino un reconocimiento explícito de la necesidad de la violencia, aspecto este sobre el cual la novela adopta una postura ambigua: aun cuando Randy y la voz del narrador formulan unas cuantas ironías respecto a la terquedad sionista de Avi o a su conservadora vida familiar, lo cierto es que el relato en su conjunto parece dar por bueno su programa (y un lector mínimamente atento a la actualidad internacional no puede menos que interpretar esta actitud como un refrendo de la impresentable política que lleva a cabo el estado de Israel). Esta línea de pensamiento se ve confirmada, más allá de todo el arsenal de burlas y cuchufletas característico de la novela, por el innegable tufillo pro-norteamericano que destilan muchos de sus episodios (no solamente los bélicos, lo cual sería perfectamente aceptable, al menos para alguien que considera que la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial fue beneficiosa para la Humanidad), de los que se deduce una visión de los Estados Unidos, en línea con los habituales tópicos de campeón del mundo libre, valedor de las libertades y protector del desarrollo de los pueblos, que no puede ser más acomodaticia y manida.
Este convencionalismo ideológico puede considerarse (o no) un aspecto criticable, pero de lo que no cabe duda es que constituye un argumento que confirma las reticencias que ya he expreado a la hora de aceptar el carácter “cienciaficcional” de Criptonomicón. Tomando como referencia la definición del género propuesta por Darko Suvin (véase la nota 6), es preciso concluir con la afirmación de que la obra de Neal Stephenson no sólo no crea un mundo narrativo empíricamente distinto al nuestro, sino que tampoco logra (en realidad, yo creo que ni siquiera lo pretende) el necesario extrañamiento cognitivo que es la nota característica de la mejor ciencia ficción.
Aunque... ¡qué más dará una cosa u otra! Déjense de monsergas que sólo importan a los exquisitos y compren Criptonomicón, editado en tres hermosos tomos cuyos lomos, además, quedan preciosos en la estantería. Lean Criptonomicón, aunque no les guste la ciencia ficción. Y los que suelen presumir de su desprecio hacia el género, que los hay, aquí tienen una oportunidad para olvidar los escrúpulos y actuar con criterio propio (con la excusa de que no es lo que parece, claro). Pero eso sí, van a necesitar unos cuantos días libres, porque el libro de Neal Stephenson no les va a dejar atender debidamente a sus obligaciones. Están advertidos.

Notas

1. Aunque la novela apareció en la edición norteamericana (Cryptonomicon, Avon Books, mayo de 1999) en un único volumen de algo más de 900 páginas, la versión española ha sido publicada por Ediciones B en tres volúmenes (números 148, 151 y 154 de la colección Nova), con traducción de Pedro Jorge Romero. Se ha mantenido el título original (Criptonmicón), aunque cada uno de los volúmenes lleva un subtítulo, a saber: I. El código Enigma, II. El código Pontifex, III. El código Aretusa). En total, los tres volúmenes de la edición española representan casi 1100 páginas. 

2. La especie existe, no es un lugar común. Podría citar algún ejemplo real bien próximo (que el lector piense por su cuenta), pero prefiero esgrimir otra clase de argumento, representado por una reciente novela de éxito, la descacharrante Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusell, cuyo protagonista manifiesta un comportamiento antisocial y un toque paranoide (que tiene ocasión de manifestarse en una historia de tramas secretas, códigos criptográficos en Internet e inquietantes construcciones subterráneas) no demasiado diferente al de unos cuantos personajes de la novela de Stephenson. Y por lo que concierne al famoso síndrome del túnel carpiano, que destroza las muñecas de los adictos a los ordenadores, no es cosa de tomárselo a cachondeo, a juzgar por el aviso que figura en el teclado inalámbrico de Logitech que hace poco regalamos a mi padre con motivo de su septuagésimo quinto cumpleaños. No me resisto a la cita literal: “ADVERTECNCIA: Ciertos expertos creen que el empleo de cualquier tipo de teclado puede ocasionar lesiones graves”. 

3. Un estilo que, en líneas generales, ha sido bastante bien captado en la traducción de Pedro Jorge Romero, quien en algún momento (p. 273, a propósito de una interpretación tronchante del acrónimo INRI) tiene la honradez de reconocer que no puede superar con su traducción los hallazgos verbales de Stephenson. Pero, de todos modos, hay alguna opción lingüística chirriante, como la continua presencia del verbo asumir, utilizado con el sentido de 'suponer, tener en cuenta, considerar', que sí tiene el verbo inglés to assume, pero que resulta poco aceptable en castellano (de hecho, el Diccionario del español actual, de Seco, Andrés y Ramos, ni siquiera registra tal uso). 

4. El responsable de la edición española, Miquel Barceló, se ha visto obligado a reconocerlo así: “no se me oculta que muchos lectores podrían preguntarse qué hay de ciencia ficción en una novela como Criptonomicón” (p. 6). Por su parte, Luis Fonseca, en su reseña de la novela declara: “difícilmente podríamos encuadrar Cryptonomicon en este género. Arriesgando un segundo calificativo lo describiría como «mainstream asimilado». Asimilado con gusto por la comunidad de la ciencia ficción, sin duda, en recompensa por los servicios prestados por la corta pero intensa obra de Stephenson (Zodiac, La era del diamante y, especialmente, Snow Crash)” (la reseña se ha publicado en http://www.archivodenessus.com/rese/0380; también está incluida en la presentación del tercer volumen de la novela). 

5. Los antecedentes ilustres de este procedimiento son legión, pero me gustaría citar dos muy cercanos, que además comparten con la novela de Stephenson la ubicación en la II Guerra Mundial y el protagonismo de científicos ocupados en desvelar las interioridades de la maquinaria militar nazi: Enigma, del británico Robert Harris (1995), una novela sobre el desciframiento del famoso código alemán, que estoy seguro ha sido conocida por Stephenson, y En busca de Klingsor, del mexicano Jorge Volpi (abril de 1999), dedicada a la búsqueda de un misterioso científico director del programa alemán de investigaciones atómicas. Ambas son dos novelas magníficas (bastante más amargas ambas que la de Stephenson), que sobre una base histórica real realizan un tratamiento ficcional muy convincente, lo cual no creo que autorice a designar a ninguna de ellas como de ciencia ficción. 

6. La definición corresponde a uno de los más prestigiosos expertos en el género, el profesor Darko Suvin, en Metamorfosis de la ciencia ficción. Sobre la poética y la historia de un género literario, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 26. Suvin señala que la ciencia ficción “parte de una hipótesis ficticia («literaria»), que desarrolla con rigor total («científico») [...]. El resultado de esa presentación fáctica de hechos ficticios es el enfrentamiento de un sistema normativo fijo [...] con un punto de vista o perspectiva que conlleva un conjunto de normas nuevo. En teoría literaria se llama a esta actitud de extrañamiento” (p. 28). Y más adelante define la ciencia ficción como “un género literario cuyas condiciones necesarias y suficientes son la presencia y la interacción del extrañamiento y la cognición, y cuyo recurso formal más importante es un marco imaginativo distinto del ambiente empírico del autor” (p. 30). 

7. En la entrada correspondiente de The Encyclopedia of Science Fiction (New York, St. Martin's Press, 1995, pp. 288-290), John Clute y Peter Nichols señalan que el término cyberpunk designa una corriente de la ciencia ficción que se originó en los primeros años 80, y cuyos principales representantes son los escritores Bruce Sterling y William Gibson. Temas fundamentales en esta corriente son el retrato de un mundo política e industrialmente globalizado, la influencia en la condición humana de los implantes corporales y de las drogas, y los cambios sociales provocados por la difusión de las redes de datos y la realidad virtual. La narrativa cyperpunk se caracteriza también por su combatividad respecto a las estructuras sociales y políticas tradicionales y por lo agresivo y polémico de sus propuestas literarias. De las novelas de Stephenson que suelen asociarse a la narrativa cyberpunk, dos están publicadas en castellano: La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas y Snow Crash. La primera fue editada por la colección Nova de Ediciones B en 1995; la segunda ha sido publicada, manteniendo el título original, por Ediciones Gigamesh en 2000. Esta última es objeto de la selección del equipo redactor de Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX (Madrid, La Factoría de Ideas, 2001, pp. 205-206). 

8. Convocado por la revista Locus Magazine, especializada en ciencia ficción, literatura fantástica y horror, se concede por votación de los lectores. Pueden verse las normas del premio y un completísimo indice en http://www.locusmag.com/SFAwards/Db/Locus.html

Para saber más

Algunos de los temas tratados en la reseña se pueden ampliar en las siguientes direcciones de Internet:


Un saludo en la Paz de Cristo
M+D

Acerca de la criptografía y otras cosas raras

 ...ubi post verbum et interponitur cifra quaedam significans Confessoris. At rasa videtur littera ubi cifra est, et ut puto M., quae Martyris dicebat, quia locus angustus totum verbum Confessoris scribi minime patiebatur. Cifram appositam dixerim ab aliquo qui S. Zenonem confessorem putabat. 

Franciscus Bonacchi, De Sermonibus S. Zenonis

La criptografía es el arte de cifrar y descifrar información mediante técnicas especiales y se emplea frecuentemente para permitir un intercambio de mensajes que sólo puedan ser leídos por personas a las que van dirigidos y que poseen los medios para descifrarlos. Más ampliamente podemos entender por criptografía toda la ciencia que abarca este arte y todo aquello que lo complementa como el criptoanálisis. La RAE no recoge la palabra criptología, pero algunos gustan de usarla para distinguir la criptografía tomada como ciencia de la criptografía en el estricto sentido de técnica.

La historia de la criptografía es tan antigua como la necesidad del hombre de pasar comunicación a otros sin que otros puedan entenderla. Esto nos hace pensar que seguramente es tan antigua como la guerra, donde la salvaguarda de las comunicaciones en caso de ser interceptadas por el enemigo es esencial y podríamos decir que en todo grupo humano donde se da cierta organización seguramente aparece la criptografía como un medio de mantener una información restringida sólo para parte de ese grupo.


Quizás resulte más obvio entender su antiguedad si pensamos que el lenguaje es en cierto modo una especie de cifra mental donde si no sabemos las reglas y significados de las palabras no podremos entender nada de lo que se nos comunica por otro.

No es mi propósito extenderme aquí por la historia y técnicas de la criptografía, sino sólo abordarla generalmente para partir de una base común que nos será necesaria más adelante.


Por ahora hemos de saber que la criptografía se ha convertido en un medio esencial de nuestras vidas en un mundo lleno de comunicaciones a todo nivel y en particular de este cyberespacio en el que estamos ahora. En caontraposición a este mundo la sencillez de la criptografía clásica basada en la cifra de substitución y transposición resalta como un incubable en medio de un salón lleno de material informático.


Si quieren ampliar sus conocimientos de criptografía con rapidez, sencillez y calidad les aconsejo el siguiente libro de Simon Singh que es muy completo:


Los Códigos secretos

El libro presenta no sólo una historia de la criptografía (ciencia de la ocultación del contenido de un mensaje) y, por lo tanto, del criptoanálisis (método para recuperarlo) sino una descripción de su evolución desde la primeras codificaciones conocidas hasta los albores de la criptografía cuántica y sus perspectivas.


La elaboración de un mensaje entre dos seres tiene una componente de comunicación y una, no menos importante, de privacidad. Desde el mensaje entre dos enamorados hasta la comunicación entre dos unidades militares amigas separadas en el campo de batalla (o dos brockers en plena orgía bolsística), se nos pueden ocurrir millones de razones para que un mensaje sea sólo conocido por emisor y receptor, y para que multitud de ajenos deseen descifrarlo. Dos indios navajos pueden, en un zoco, diseñar en voz alta una estrategia de regateo que el vendedor árabe no tendrá tiempo de contraatacar.


La historia de este proceso iniciado en lo político y militar en la guerra de las Galias de César (citado en un tratado de Valerio Probo) con las llamadas cifras de sustitución es una historia dialéctica: se descubre un cifrado que es útil hasta que se descubre el método de descifrado correspondiente que, a su vez, genera un cifrado mejor y así sucesivamente. Singh nos habla de la cifra de Vignole, la máquina Enigma y su impresionante entramado de espionaje y contraespionaje en la segunda guerra mundial, la interpretación del Lineal B por Ventris y Chadwick como griego antiguo y el actual enigma del Lineal A, la clave RSA y las comunicaciones bancarias y de la red de redes...


Se trata de un libro de divulgación, para no especialistas, pero no trivial. A veces directamente, a veces con apéndices, el sustrato matemático queda patente y por encima de todo una idea que ojalá haya trascendido tras el irregular Año Mundial de las Matemáticas: en muchos momentos de la historia el matemático es el científico adecuado para resolver el problema. Los servicios secretos ingleses se aperciben que lo que los lingüistas y los psicólogos son incapaces de resolver lo hacen los matemáticos con su lenguaje (las matemáticas como lenguaje de la ciencia). Turing es un ejemplo.


No olvida Singh las cuestiones éticas y legales del tema y aporta un buen número de lecturas adicionales e incluso páginas web donde el lector inquieto podrá saciar su sed de saber; con un pero: el quid de la cuestión es el secreto. Lo que se descubra hoy no se podrá conocer públicamente hasta que sea anecdótico su conocimiento y fuera de toda actualidad. ¿Se puede uno imaginar a un colega que descubra un resultado determinante en su disciplina y que lejos de correr a publicarlo tenga que morderse la, lengua y contentarse con saber que quizás esté siendo aplicado?


Autor: Simon Singh


Editorial: Debate


ISBN: 84-8306-278-X

Ahora que lo pienso no les he hablado de las cosas raras. Bueno no se preocupen, ya vendrán. Nos espera algo fascinante dentro del más fascinante de los libros: La Biblia.

Un saludo en la Paz de Cristo
M+D






domingo, 24 de enero de 2010

Introducción al Blog Summum Prohetarum

Quamvis autem David, id est, Psalterium apud Hebraeos non ponatur inter prophetas, sed inter hagiographa, tamen ere omnes Latini eum non solum prophetam sed summum prophetarum, vel secundum vocant. Danielem quoque inter prophetas numerant.
Walafridus Strabo Fuldensis (Autor incertus) PL 113, 23c

En este blog vamos a tratar sobre la mayor de las profecías de la Biblia.

Si llegaste buscando por aquí y por allá a este blog puede que hoy se cumpla esta Escritura

En concreto nos referimos a la profecía de las setenta semanas que se encuentra en el libro de Daniel y a los métodos que se han usado en el mismo para escribir la que debe ser llamada la profecía de todas las profecías o más sencillamente Summum Prohetarum, que aplicado a Daniel lo hemos de entender como "El culmen -o perfección- de los profetas".

En esto no me aparto de la tradición latina que entiende que los salmos del rey David son ese summum, sino que intento completarla con una nueva visión de la amplitud de la curva profética de los profetas mayores entre los cuales, sin duda alguna, merece estar Daniel a pesar de la tradición hebrea ya que fue expresamente nombrado como tal por Nuestro Señor Jesucristo. De paso haremos una inmersión en un aspecto de la Sagrada Escritura pocas veces contemplado y muy poco conocido.


Tocaremos muchos temas e iremos publicando artículos ordenados por categorías que podrán visualizar en el lateral a modo del índice de un libro. Pero lo esencial de este desarrollo es que permanece abierto y se invita a todos lo lectores a participar en el mismo con sus comentarios, sugerencias, discusiones y aportaciones. Aprovechemos el recurso que Internet nos brinda para que lo que gratis se ha recibido -ya veremos qué se ha recibido y de quién- lo devolvamos gratis y multiplicado por los talentos de cada uno. Así se cumple la Escritura que nos dice que todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. (Mt 13, 52)


 Recibe, amigo lector, una cordial bienvenida a este blog y un saludo en la Paz de Cristo.

M+D

¡Gracias por visitarnos!